Como muchos sabréis, la ciudad de Hong Kong está compuesta por un entramado de islas, unas más grandes y conocidas, como la propia isla de Hong Kong, Kowloon o la isla de Lantau, y otras más chiquirritajas, aunque igualmente llenitas de rascacielos.
En este segundo capítulo contaremos alguna cosilla de esta última isla Lantau, última de nuestras visitas en nuestro viaje a la ciudad de los gigantes.
La isla de Lantau se encuentra próxima al aeropuerto internacional de Hong Kong (también situado en una isla, ésta artificial, pero al fin y al cabo todo islas...) y es una visita recomendable para vuestro último día en Hong Kong si vuestro vuelo sale a última hora de la tarde para aprovechar esas horitas entre la salida del hotel correspondiente y la salida del avión.De acceso sencillisímo, tanto en taxi (para moverse hacia esta parte de la ciudad habría que coger los taxis azules desde el aeropuerto o los rojos desde Hong Kong) como en metro (es muy fácil y barato moverse por el metro de Hong Kong, todo está perfectamente indicado y además pulcrísimo, estos chinos que son muy escrupulosos con la limpieza, ¡todo desinfectado!).
Los destinos mas chulos para visitar en Lantau son, principalmente, el macroteleférico que te lleva al Buda Gigante y la antigua aldea de pescadores de Tai O.
Por confiarnos demasiado con el tiempo, no pudimos finalmente visitar este pueblito de los que se supone son los primeros pobladores de Hong Kong y que no se han pasado a los rascasielos, más bien se han quedado en esas cabañas tradicionales construídas sobre grandes estacas encima del agua, pero lo hemos dejado pendiente para nuestro próximo viaje a Hong Kong (que esperemos que abarque más China...). En cualquier caso, para aquellos afortunados que puedan ir, tan sólo es coger un autobús, el número 11, en la misma boca del metro de Tung Chung, en Lantau.
Ir a visitar al Buda gigante es aún más sencillito: tan sólo hay que coger ese bestial teleférico, el Ngong Ping Cable Car, tambien a la salida del metro de Tung Chung, cerrar un ratito los ojos si se tiene mucho vértigo (vaaa, unos veinticinco minutillos de trayecto ascendente sobre montañas o mar, viendo a pescadores con gorritos chinos de paja, una cosa llevadera...) hasta llegar a la terminal del teleférico y andar otro ratito, 268 escaleras incluídas, para llegar a los pies del gran Buda de cobre, el más grande al aire libre que existe en el mundo con 38 metros de altura.
Pero no os asusteis, el sofocón que se pasa hasta llegar a nuestro destino merece la pena ya no sólo porque la pequeña estatua sobrecoge un pelín, sino porque las vistas desde esta altiplanicie de Ngong Ping son increibles, con toda la montaña de Lantau a tu alrededor y con vistas sobre el mar de Hong Kong y sus miles de islas, en las que no estaría mal perderse en uno de esos barquitos chinos de velas rojas...
Qué increible que eres, Hong Kong, ¡pero volveremos! De mientras, os dejamos con la miel en los labios hasta nuestro tercer capítulo en la ciudad de los gigantes.
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